martes, 26 de abril de 2016

¿Son tuyos tus juicios y tus decisiones? (I)





El tema que nos ocupa hoy es muy extenso, además de fascinante, y he decidido escribir sobre esto porque, mientras caminaba por la Casa de Campo, alrededor del lago, me he sorprendido aconsejándome a mí misma acerca de una decisión basada en un juicio que no era mío. Lo que os digo... En seguida, recordé a un amigo mío que una vez me dijo que nuestras creencias no eran, lo que se dice, nuestras. ¿?

Y os preguntaréis: ¿que es entonces lo que las hace nuestras? Pues os diré que lo que yo he podido contestarme hoy es que lo único que las hacía nuestras es creer en la realidad  o verdad de esas creencias sean o no ciertas, y que eso muchas veces es una decisión propia en que decidimos que estén en nuestro modo de vivir como valores o no tengan nada que ver con nosotros. Sin embargo, ¿es realmente una decisión propia? ¿qué ocurre cuando no podemos elegir ni comprobamos la veracidad y autenticidad de esas creencias? ¿Vosotros qué pensáis que ocurre?

Lo que más me ha chocado cuando me pillé pensando en ese consejito que no era mío -porque yo no pensaba así- es el vértigo de pensar en cuántas personas pueden estar basando su vida en creencias y juicios que no son suyos y creyendo ciega y fieramente en los pensamientos que se presentan automáticamente en sus mentes, que por cierto, luego generan emociones, lo que sentimos. Sé que esto puede parecer ciencia ficción y hasta yo me he sorprendido hoy, pero me explico:

Una creencia es una idea o pensamiento que se asume como verdadero, un tipo de juicio hondamente arraigado, en un plano normalmente subconsciente, por ejemplo, "todos los banqueros son malas personas", así como "no puedo dedicarme a algo que realmente me guste".
En cambio, una afirmación es una descripción de un hecho, por ejemplo, "el plato amarillo está encima de la mesa".
Como veis, las afirmaciones son verificables por observación de un hecho directo, pero, ¿cómo se verifica un juicio? y, ¿son los juicios realmente verificables o es su función que lo sean?

Con los juicios evaluamos nuestro mundo y nos sirven para conocer y conducirnos adecuadamente en nuestras vidas, ahora bien, ¿y cuándo no nos sirven para nada porque nos generan incapacidad, inconsciencia de lo que es real o un dolor innecesario? ¿cómo puede haber un equilibrio entre nuestra identidad y ejercer una buena evaluación de nuestro mundo en nuestras vidas? ¿y cómo influyen las evaluaciones que no son certeras en nuestro poder de decisión?
Es esta última pregunta la que me ha cautivado para poder escribir hoy.

Siempre he tenido bastante miedo de pensar que las personas podamos dirigir nuestras vidas conforme a creencias que nos limitan al percibir, miedo de que, de hecho, lo hacemos incluso para los asuntos que más nos importan y en los que más nos jugamos nuestra felicidad presente y tal vez futura. Conozco a personas que prácticamente no toman decisiones porque dudan constantemente acerca de sus propias certezas y, a veces, cuando las toman, ya ha sido tarde y solo tratan de evadir el desastre. Durante mucho tiempo me he preguntado de dónde vienen estas dudas que nos hacen no ser capaces de disfrutar sin miedo a la incertidumbre de nuestros sentimientos auténticos, de nuestras vidas tal y como son. Y si bien es cierto que no he encontrado ninguna respuesta definitiva -tampoco creo que existan-, si he hallado modo de que haya un adecuado equilibrio entre nuestra percepción, certidumbre y poder de decisión propia. Este equilibrio consiste en conocer para qué sirve y qué sentido tiene ejercer nuestro propio poder de decisión y qué sentido generaría lo contrario, es decir, no ejercer nuestro propio poder de decisión en nuestra vida.

He visto una palpable diferencia entre tomar decisiones en positivo y en negativo. ¿Tus decisiones están formuladas de manera que te cierran posibilidades? ¿su cariz sugiere hostilidad, mal rollo y te desconecta de las personas, de tu posible evolución o de la vida misma? Vosotros sabréis...
Podéis hacer el ejercicio de escribir las decisiones que hayáis tomado o podríais ir tomando. Una vez escritas, haced como que sois extraterrestres y por primera vez las miráis. Si os generan una sensación de conexión con vuestras vidas o si por el contrario os generan algo que de ningún modo os pudo ni podrá hacer felices -por favor, si es así, que no se cumpla esa profecía, depende de ti-. En lo sucesivo ya podréis observar de otro modo lo que implica decidir cuando os venga a la mente. 
¿Qué pensáis que podéis modificar sobre el papel para que vuestras posibles decisiones actuales os conecten con la felicidad y con la vida que realmente habéis querido alguna vez para vosotros?
¿Qué os parece este ejercicio? No se ve tan difícil ni nada perjudicial decidir. Incluso podría llegar a ser bonito y no necesariamente un campo de batalla, ¿verdad?

Si hoy os entran más ganas de tomar decisiones en vez de evadir o delegar vuestro poder y libertad para ser felices a los demás o a los vientos mismos, es que este artículo ha tenido algún sentido. En caso contrario, yo os aseguro que se autodestruirá en 5, 4, 3... igual que vuestras malas decisiones.

Por cierto, el próximo día hablaremos más sobre nuestros juicios, cómo nos taladran la mente, nos dan alegrías y otras lindezas. Mientras tanto -y solo como sugerencia- dudad de todo si así lo queréis, incluso de mí, pero no de vuestra existencia irrepetible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario